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Arens Stephen - Time Machine |
Era otra cosa. Todo pasaba lento, perezoso. Las horas no tenían límite. Viajaban acaso a pie. Tenían –quizás– un paisaje por delante, un tinte sepia original. El día se extendía hacia el infinito. Y la eternidad existía, era azul o verde, podías escoger. Alguien me dijo. El amor dolía en el corazón; hoy duele en un ojo morado. Y una lloraba y se llamaba María... María Félix o Doña Bárbara. Y una mujer tenía un hijo y "cuando se tiene un hijo, se tienen tantos niños", y esa madre era implacable, dictadora, malvada, salvadora al fin, después de cien padrenuestros y quinientos avemarías y casi la misma cantidad de nalgadas; nunca se era madre soltera: se era madre y punto. Madre y hombre. Las historias pasaban, cuando no, eran cuentos o leyendas. No había ciencia-ficción, sólo imaginación. La salsa era algo que se bailaba, era para darle sabor a la vida, no a la comida. Una se reía de los gringos que bailaban como robots, menos de Elvis, y se enamoraba del jazz de los negros. África ha sido despojada también de su color y ser latino ya no es exótico. Fulana tenía unos kilos de más y era la musa predilecta de Renoir o Rembrant. Alguien tomaba ajenjo; otra era surreal. Ahora no hay más realidad que este infierno, dantesco, en el que una tiene que levantarse todas las mañanas y decirse mecánicamente: –Todo va a estar bien–, como mantra desfallecido. Es la 1:30 a.m. Suenan tambores. Mis tetas renacen, mis caderas no me pertenecen… Acaso un fuego fatuo me está llamando en medio de una noche de brujas, para mostrarme el camino subterráneo al pasado. Pero yo no tengo nada que ofrecer.
1 comentario:
Nalgada... ¡Cuánto tiempo sin escuchar esa palabra!
Dolorosa y bonita.
Saludos, Veronika
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