Palabras

Gamel Tara - Cafe amore i

Las palabras rondan como mosquitos y algunas, las más necias, se caen en mi taza de café. Y salgo corriendo por hilo para salvar, hilvanar, zurcir. Pero ya me tragué varias, sin darme cuenta. Me ha pasado antes. Me salen por los ojos casi siempre cuando estoy despierta, y normalmente son los niños quienes las descifran según mi expresión facial y corporal. Cuando pasan a mi lado y dicen cosas como: –Pero, mamá–, o: –Yo también te amo–, sin que yo haya abierto la boca, sé que me ha vuelto a pasar. Salvador, celoso, me dijo una vez que hablé dormida, y que nombré a un tal Ernest, y yo pienso si sería Hemingway o del que escribió Wilde. Salvador ya se resignó, pero una vez amenazó con grabarme mientras dormía y así obtener la evidencia para el caso extremo de separación. Creo que se tranquilizó una vez que hablé dormida y según él, levanté mi mano derecha y juré solemnemente sobre una Biblia, una Constitución y un Don Quijote que Salvador Saint Germain era mi único y verdadero gran amor, acto seguido di media vuelta y empecé a roncar, según sus palabras, “como en portugués”; cosa que hasta ahora no he entendido. En todo caso, debía haber sido “como en castellano antiguo”. Hoy, Salvador y los niños no están, tengo el balcón para mí como prueba de justicia divina. Salgo a la paz. Me detengo extasiada a distinguir cada sonido y es tal mi concentración que diferencio cuando se mueve una u otra hoja de la mata de mango, como diciendo a su turno: -presente-. No hay ritual sin café. Un libro es mi ángel de la guarda. Lo abro, y el viento, en exhibición mágica y narcisista esparce un montón de palabras: “huelo” entra por mi nariz y “flor” se vuelve “tulipán”, hay un “remolino” que me rodea con “fuerza”, y una “bandera” que pide mi “rendición”. Entonces mi boca se abre golosa con el afán de poder contarle a mi familia un cuento diferente cada vez  por mil y una noches.