Imagen tomada de la Web
Ya es de noche. Espero tus pasos en el sigilo de una penumbra aliada. Has trazado tu camino de regreso en la existencia mía, muerte mía, que acaba de pasar con el crepúsculo forastero. Recoges el sudor que resbaló por mi cuello, el viento en polvo de mi pestañear, la resonancia de cada pálpito hasta que languidece y parece renacer en el siguiente. Consigues, a como dé lugar, obsesivo recolector de cosas perdidas, los sueños no recordados de mi siesta vespertina. Me los traduces, Amábilis. Tus manos, fotógrafas, artesanas, mimas, me muestran la forma exacta de mi cuerpo en el colchón; despeinan cada mechón con la paciencia de un restaurador. La luna, siempre cómplice, sirve de espejo para la nostalgia. Traes anotado el registro de la temperatura de mi cuerpo conforme avanza el día. Hablas de sangre, calor, caribe, ron, tambor. Preguntas que por qué siempre tengo fiebre. El llanto me lo separas en agua y sal; así será más útil, dices. Y yo me pregunto desde cuál dimensión me observas.
Hay un tránsito doloroso, como un cólico menstrual, pero diario, cuando el día se va muriendo, durmiendo en paz, que la palabra muerte es dura y produce temor y entonces engendra otras como castigo, promesa, perdón, eternidad. Así la noche es consuelo para muertos irremediables y vivos en transición. En ese momento preciso, insustituible, impostergable, cuando se desgarra la sangre en coágulo doloroso, el vientre llora, hace su entrada magistral esa señora de luto y tú, unos pasos más allá, cual candelabro encendido por docenas de cocuyos, me entregas los restos desperdigados de mi vida que no se terminan de morir porque tú me acabas de salvar.
3 comentarios:
Abrazos
Veronika, este texto es simplemente bello, hermoso... Mucha intensidad, honesta Usted, como siempre.
Qué bueno leerla más seguido por aquí. Reciba muchos saludos y abrazos,
J.A.
Verdad, que va lo verdadero a la bondad de la naturaleza...
Saludos y un abrazo..
Feliz domingo.
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