marzo 04, 2009

Tiempos

Reloj en el museo D'Orsay - Christian Peacock

Hay cosas que pasan en la vida que susurran secretos, que juegan a las escondidas, que piden pausas largas en tiempos inventados, que requieren horno precalentado o fuego lento, que se les de vuelta de tanto en tanto con interés auténtico, con ansia diletante. Se hacen esperar, como la salsa de tomate, no son aptas para impacientes de siglos apurados donde se bautizó el estrés, la comida rápida y el sexo sin preámbulos.

Quise escarbar antiguos hombres mientras podía alcanzar a montarme en los nuevos tiempos. Me ganó la razón en una época sumisa a una aldea inclemente contra pasiones propias, ocultas bajo un manto de normalidad aparente, acallando deseos íntimos, vulgares, atentado a todo mandamiento tallado en piedra.

Los relojes requieren nuevos espacios, buscan geografías en alquiler, sin intermediario. Parece que tuvieran el poder y aún así regatean. Saben su negocio, conocen su naturaleza. Piden adelantos a diestra y siniestra, sabiendo que hay gente dispuesta a pagar el precio. Y también se calibran… esperando que sea el tiempo de esos otros, esos viajeros despistados, amnésicos crónicos, rebeldes innatos, empíricos de la vida, ingenuos caminantes; seres que despiertan envidias porque sí, porque el solo hecho de su manifestada presencia, casi etérea, casi humana; amarga a los oscuros, rencorosos, a aquellos que optaron por la pleitesía corporativa, por el capitalismo malsano de bajas pasiones y malas intenciones, por la competencia desleal en lugar de la olímpica, por la supervivencia en solitario, que no en solidario; aquellos seres, clones de la ambición que acaparan Todo pero al final no les queda Nada… Generosos se pasean los minutos en las barbas de esos seres, esos otros que no se conforman con el solo respirar, sino que se van convirtendo, como por arte de magia, en todo lo que los rodea y que los acepta, y así son únicos, no por su individualidad sino por su totalidad.

Parece el tiempo, harto de que traten inútilmente de encerrarlo en artefactos de modelos variados, según la época y estilo, querer engullir mundos a su personal antojo, con bulimia frenética y expulsarlos luego, por desabridos o pasados de cocción. Piden los relojes al Creador, que su tiempo se mida con balanza.

5 comentarios:

Verónica E. Díaz M. dijo...

Aqui estoy un mes despues, que se hizo mas corto, por cierto... todavia en tribulaciones de tiempo, espacio y vida... los ojos mas chiquitos de nostalgia...

Se les extraña y quiere... Espero ir a visitarlos pronto y que un dia nos hagamos realidad, ¿no, Cristian?

Besos y Abrazos

EL SUEÑO DE GENJI dijo...

Amiga Veronika que reentré¡¡¡
He leido tu escrito dos veces y ¡cuanta razón tienes¡...Cuantos más de esos seres auténticos nos harían falta para cambiar este pucho mundo.

Sin embargo de esos vamos escasos y de los otros que mentas, pues tenemos abundancia, como la mala hierba en un hermoso prado.


Besos y bienvenida se te echaba de menos.

alkerme dijo...

Verónika, genial.
Todos y cada uno de nosotros ha escrito sobre el tiempo, el reloj, la calidad y la cantidad, la espera y la paciencia que la enreda o desenreda, sin embargo hoy todo me ha parecido descrito de otro modo: distinto, nuevo...

Gracias.
Besos

thot dijo...

Tienes una forma de explicar ideas que me deja maravillado.
Un beso.

Patricio dijo...

Pasaba por acá y me detuve a leer. Tenes reflexiones interesantes, voy a pasar más seguido
Saludos

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