Improvisación nº23 - Wassily Kandinsky

No me molesto en contar los días, en este espacio descalabrado se esparcen, big-bang de un reloj de arena que deja granos por doquier, por cada esquina mal ubicada de mi “un cuarto” de habitación. Encuentran los gránulos terreno ideal en mi cama, para detenerse a formar huellas en este malogrado cuerpo, subrayado de imperfecciones indelebles.

Pido calma a la paciencia que amenaza con irse, con sobradas razones, y sustraigo posibilidades remotas de una banca de fe en quiebra. Compruebo que los instintos funcionan en modo automático cuando la voluntad está en rehabilitación. No objeto las verdades que he resumido y asumido; sé que son tales, sólo que no me funcionan y entonces se abre paso a una derrota que se lleva el crédito al final del día. Una recompensa se vislumbra lejana para el día en que funcione la magia; siempre va a ser un "hoy" que destierre todo pasado y perpetué el resultado.

Desobedientemente dejo de hacer la tarea de sacar lo bueno de lo malo y me limito a observar lo que pasa a mi alrededor, pues el ánimo no da para proactividad organizacional ni prédicas insustanciales de autoayuda improvisada; simplemente no me convenzo. De vez en cuando, si siento la cara muy acartonada, ojos y labios congelados, peligroso síntoma de hipotermia; me olvido de mi y pienso en los demás, e inmediatamente el monitor oscila un hálito.

Ya me conozco de memoria el juego de la zozobra, así que se lo sigo, sin chistar, retando límites, propiciando encuentros cercanos con inframundos recién descubiertos… Por allá, cuando me acerco más de la cuenta a una trampa fríamente calculada, escucho una voz interna, determinante, que dice que todavía faltan partidas. Se termina el juego, por hoy, y yo, que he aprendido a burlarme de la mentira concluyo con una voz impostada, como quien busca ahuyentar ladrones nocturnos con algún arte marcial que aprovecha la fuerza del oponente; “el que ríe de último, ríe mejor”.